Buenas tardes a todos. Os voy a contar la historia de un
bebé que tuvo que ser “congelado” para que su corazón continuara latiendo.
El pequeño bebé inglés, Finley Burton, cuando tenía diez
semanas de vida, sembró la preocupación en sus padres ya que no subía de peso y tenía
problemas para respirar con facilidad. Sus padres lo llevaron al médico, y este
lo transfirió directamente a un cardiólogo de otro hospital. El cardiólogo oyó
algo anormal y tras una ecografía y un ultrasonido cardíaco, además de un
electrocardiograma y una radiografía, descubrió el verdadero problema del
bebé. Finley tenía un enorme agujero en la parte de arriba del corazón y otro
más pequeño en la parte de abajo. Fue enviado a otro hospital donde los médicos
descubrieron un problema congénito que hacía que la aorta (la principal arteria
del corazón) se estrechara. Por tanto, su corazón tenía que latir mucho más de
prisa que lo habitual y el pequeño tenía que utilizar todas las calorías que
ingería para mantener el corazón latiendo y los pulmones funcionando, y así,
poder sobrevivir. Finley fue sometido a dos operaciones de emergencia a las 16
semanas, pero sufrió complicaciones y su corazón empezó a latir muy rápido.
Para solucionar el acelerado latido de Finley, los médicos
decidieron bajar su temperatura a 33,4ºC (siendo 37ºC la temperatura normal). Introdujeron
al niño en una “bolsa fría” que bombeaba aire frío y la velocidad de su latido
se redujo paulatinamente. Tras este proceso, Finley fue sacado de su parálisis
poco a poco, su temperatura volvió a la normalidad y su latido también. Semanas
más tarde fue dado de alta.
Supongo que os preguntaréis por qué ocurrió esto. Pues ahí va
la respuesta: cuando los bebés son sometidos a arriesgadas operaciones igual
que a la que se enfrentó Finley, el ritmo de su corazón aumenta a causa del
estrés. Mantenerlos fríos es la mejor forma de que su corazón vuelva a la
normalidad.
Espero que os haya gustado tanto esta historia como a mí. Un saludo.
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